Se aludió aquí a ellos, pocos días hace.
En la jerga (ni profesional ni, mucho menos, académica)
de los “arrimados” a la música, se viene usando con cierta boba vanidad y más
esnobismo esa manera de nombrar.
Y, con la “propiedad” que caracteriza a nuestros más
imaginativos lumbreras, se mete en el mismo saco una guitarra que un órgano
Hammond. Por cierto que (como nunca hemos sido los primeros en llegar a la
fiesta que supuso en el XX la música popular de consumo) con cómodo seguidismo
hemos acoplado, casi sin digerir, algún que otro término. Por ejemplo: guitarra
acústica. Aventuro que en USA, locomotora de tantos trenes, un buen día
discurrieron llamarla así para diferenciarla de la eléctrica, sin ser muy
escrupulosos con lo que bien podría ser un pleonasmo. Porque más nos vale que
una guitarra sea acústica so pena de no emitir sonido alguno.
Yo he sido guitarrista convicto y gustoso durante la
mayor parte de mi vida y aún lo soy. Conque nada sospechoso de desdenes, y muy
acorde con la unánime designación de tótem que la guitarra tiene. Como, difícil
de explicar, casi cualquiera se mide con ella, sea por mal entendida
familiaridad o por sólo aparente comodidad de aprendizaje y manejo, músicos y
musiquillos la han utilizado con tal profusión e insistente abuso que solamente
los neófitos y sobrevenidos, también los inertes y los obcecados, siguen
proponiéndola como indispensable, sin acusar un naturalísimo cansancio, una
especial saturación. Y la llaman, pobrecita, “orgánica”.
Discrepo de esos de la cuerda de los “instrumentos
orgánicos”; que nunca recuerdan la flauta de pan o la zambomba, eso sí que es
orgánico, contra la toma de corriente inevitable al Hammond. Son seguramente
los mismos nostálgicos/pasmados que añoran el disco de vinilo y lo defienden
con argumentos esotéricos de espejismo.
Nunca había oído ese término, aunque yo si que veo una utilidad: En caso de deterioro, tener claro el contenedor en que depositarlo
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