Los tribunales correspondientes no han observado culpa en
la relación, dificilísima de diluir, que haya podido tener Sánchez Gordillo con
el sarao aquél del asalto a Mercadona interpretado por un grupo de
“movilizados” en Andalucía.
El Sr. Sánchez anda por ahí disfrazado de revolucionario
idílico, aunque trasnochado, con prendas de vestir foráneas (un pañolón o
chalina o bufanda de estética palestina, seguro que tiene un nombre especial
que ya me lo dirá el aficionado de turno; un sombrero de campesino nicaragüense
o similar), barba luenga y encrespada de profeta conminatorio y catecismo
bermellón a juego.
Habríamos preferido atuendo más nuestro, con raíces
propias.
De lo demás, no está nada claro si, en sus manejos,
predica y da, o no, trigo. El ruido no es buen síntoma. Y la comodidad de tirar
la piedra y esconder la mano (entre aforamientos y conclusiones suaves del
TSJA) tampoco resulta paradigma de la coherencia ni de la valentía, sino más
bien el anacrónico tufo de improcedentes maniobras en la oscuridad.
Igual necesita un reciclado.
Y es que el hábito no hace al monje, lo mismo que tampoco
sirve irse al circuito Ascari, en Ronda, para hacer un MQC con poco más que
media docena de coches, puede que de gama considerable aunque familiares, ya se
sabe, el opaco destino de las cinco puertas y, tras rutinarios bandazos y humo
de ruedas quemadas, soltar unas bengalas y llamar a toda esa tontería “especial
superdeportivos”. So memos.
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