A su paso por Mérida (donde, entre otras hermosuras,
permanecen los restos de un antiguo templo dedicado al culto de Diana), el
Guadiana siente el rodar sobre uno de sus puentes del bólido compacto, de
sonrisa “ancha, feroz, de acero”, en
cuyo interior está comenzando la moderada ebullición del caldero, de la redoma
que después, vapores ascendentes, va a trazarnos las líneas de la escena que
lleva por título La nuez y el guisante
en la explanada.
Dos digamos que esferas diferentes en tamaño, peso y
apariencia.
La mayor lleva el sello (la cara y la cruz), a ratos
difícil, de unas “circunvoluciones cerebrales”; la menor luce afortunada su
delicada y suave piel de un guapo color verde.
Sobre la ancha y admirable superficie blanca, o así, irán
tomando leves, crecientes contactos, fundiendo finos ectoplasmas, se mecerán al
fin (mira qué te hago) y vivirán cómo
y qué bien pasa el tiempo en esa tierra de brumas, bosques frondosos, y
entresoles y lluvias. Obsérvese que no hay que confundir entresoles y
entrecires.
Dos acontecimientos singulares se producen al compás: en
Madrid, el Delegado de Deportes toma a su cargo la previsora conexión del termo
del agua caliente. Mientras tanto, en Granada, la Joven Dama de los rizos
negros deja volar al aire su sonora risa al recibir, vía Conejo, las imágenes
del Oso Polar que posa con las puntas de las patas traseras colocadas hacia
dentro, en ese estilo casi bizco que exhiben los faros del Morgan Aeromax, o
quizá Aeroplus, quién va a estar seguro a estas horas.
Por cierto, bienvenidos, cofrades. Proseguimos.
Acá seguimos, si no como cofrades, si como expectantes y curiosos de una nueva reflexión por tu parte.
ResponderEliminarRecién llegado atierras danesas, agradezco que la interrupción haya sido breve
ResponderEliminar