Se monta una banda, se compran armas y
explosivos y se consiguen cuarenta años de asesinatos, secuestros y
extorsiones. Esto, con o sin pretexto, total un pretexto tampoco es un motivo y
con el tiempo todo se diluye o se tergiversa.
Como cuarenta años son muchos días y el
cansancio, incluso el aburrimiento, son serios factores de erosión, se llega a
un punto donde todo el tinglado empieza a parecer sin sentido, aunque nunca lo
tuviera. Pero el terror sembrado y las exigencias planteadas mafioso modo pueden ser rentables.
Así que en cierto momento, para “volver
a la normalidad”, ¿cuál será el precio del chantaje que con la fuerza se nos ha
hecho? ¿La Justicia como papel higiénico, el calvario inútil, el saldo
despreciador de los sentimientos? ¿Deberemos contemplar que unos se vayan de
rositas y haremos un borrón y cuenta nueva parecido al que tanto nos
escandalizó en la argentina ley de punto final?
El título para la Historia de pacificador es tentación jugosa,
medalla codiciada de nuestros insignes y solemnes próceres, pero cosas hay en
juego que no pueden ni deben resolverse con chapuzas. Da la impresión de que el
presidente cejicircunflejo cedió a tal tentación; y que algo se viene
contagiando este aburrido y pusilánime de ahora. De los dos dije que eran
sosos, en mi libro “Armis et litteris”,
hace ya nada menos que nueve años. Y me quedé corto. Es impresentable un
director que tiene la desfachatez de ofrecer a la orquesta un arreglo que no
llega siquiera a la mezquina categoría de apaño.
Y encima, hemos debido escuchar, vengan
de quien vinieren, esas abyectas apelaciones a la generosidad, mal entendida,
porque si hubo víctimas y verdugos no tendría que sobrar que también haya, en
su momento y sin alardes pero con precisión de términos y propiedad verbal,
vencedores y vencidos, Enric y otros, acordaos, que habría que oíros si los
muertos en atentados se contaran entre vuestras familias.
El rosario de efectos torcidos y
retorcidos ha sido largo y continúa. Ahora en Estrasburgo acaban de lucirse con
la ley, las leyes, esa hojarasca que debería cambiarse para que algún día la
Justicia deje de ser el cachondeo que, parece que hace siglos, dijo Pacheco.
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