lunes, 4 de marzo de 2024

Dune 2

 

no es una fase de una urbanización ni un edificio de oficinas, sino la fantasía extrema que se ha estrenado bajo tal título y que se caracteriza principalmente por su desmesura. Ya desde el sonido, formidable incluso para desgastados oídos de veteranos, se acumulan con premeditación las dimensiones del espectáculo. Y, metidos en harina, y en arena, pueden señalarse algunos aspectos que, por cierto, son frecuentes y comunes en el cine de ahora.

Si nos atenemos al título, ha debido precederlo una primera entrega de estas dunas, aunque es dudoso que quienes la conozcan se deslíen mucho mejor en ese laberinto de nomenclaturas bizarras, arbitrarias y caprichosas que designan una confusión de personajes, territorios y planetas ficticios, dinastías, linajes y ejércitos, etc. que requerirían un manual o al menos un cuadro sinóptico, un organigrama empresarial, para facilitar la digestión. Y como todo está inventado, se recurre a dejarse remolcar, buscando la inspiración en trillados fanatismos revolucionarios con mesías incluido; en evocaciones deudoras de las gladiadoras luchas del coliseo romano, cuyo diseño alcanza aquí cotas de delirio que Hitler y Speer se habrían quedado cortos para soñar; en máquinas de guerra que “pa qué” y en unos deliciosos “autogiros” (el arcaísmo es mío) a modo de maléficas libélulas gigantescas. En vestuarios algo galácticos y en conflictos de poder elementales entre quienes parecen los buenos y los malos.

No se prescinde tampoco, claro, de pinceladitas de bobo romance de “selfi” para adolescentes blanditos, faltos del último hervor.

En fin, que la “peli” les ha quedado primorosa y grandiosa pero, si escarbamos un poco, no se va a encontrar mucho asunto al fondo. Y queda en el aire una sugerida, anunciada, tercera parte que prevemos (que lleva sólo dos letras E, ¿vale?) heroica y épica también.

A ver si no me la pierdo.    

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