A la sabiduría del Creador,
que inextricable a nuestras mentes queda,
“debe deberse” el tenue pormenor
que a toda comprensión suspende y veda.
Lo he examinado con algún colega,
perplejo como yo con tal detalle,
concluyendo que con nosotros juega
Dios, añadiendo lágrimas al valle.
Y así, nos preguntamos desolados
por qué casualidad antojadiza
los varones nos vemos condenados
a ver cómo el cabello ralentiza
su crecimiento y abandona el plano
que, de suyo, merece en la cabeza;
mientras que, resistente cual troyano,
por el rostro la barba se endereza
y florece a destajo y con firmeza
“como si no hubiera un mañana”.
¿A qué tan fiero y desigual reparto,
si en teoría es cuestión de hormonas?
¿Era preciso este rigor de esparto?
¿Este desequilibrio, esta encerrona?
-¿Qué
te ocurre, Hipocampo, que otros días
cuestiones
más golosas combatías?
-Que
nada tiene arreglo y me refugio
rimando
a solas estas fruslerías.
-Llueve
a mares.
-Ya
era hora.
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