Conscientemente,
es claro, imposible no conocer esta realidad.
Luego,
de modo recurrente, la sensación que vives es la de no terminar de entender la
gravedad (la consistencia, el peso) de los años: como si, desdoblado, fueses el
espectador atónito de lo que le ocurre al otro. Como si un germen de
incredulidad que resiste, estorbase y postergara la quizá conveniente
incorporación de la evidencia.
Y
ello, incluso cuando las señales, los detalles no dejan de abrumarte con su
natural erosión.
Cuando,
también, te asombra percibir la velocidad con la que un noviembre más se
acerca, antes no era así, te dices, se podría creer que han acortado, por lo
menos han dejado en la mitad, los calendarios. ¿El tiempo?... Parece que el
viento se lo lleva.
Otras
veces el pensamiento se demora, se vara, concluye que tampoco pasará nada,
mientras nosotros pasamos, ilusos como niños que todavía tardarán en comprender
el precio inesquivable que se nos cobra al ajustar la cuenta de nuestra mínima,
casi fantaseada importancia.
Al
darnos de cara con el último recodo que, por sorpresa y a pesar de todas las
advertencias, nos mostrará la recta breve de los dos, tres pasos del final.
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
ResponderEliminar