Corroborando
el dictamen de un tribunal anterior, nuestro dilecto Supremo (bien que solemne
en su “velocidad”) ha cancelado el rancio antojo, la cursiladita incordiosa que
la Carmena y su pandilla impusieron como Madrid Central, muestra de ocurrencia
progre seudoecologista, de la cual se han derivado multas al ciudadano que van
a ser difíciles de recuperar.
El
ciudadano está aguantando demasiadas demasías (que es énfasis deliberado y no
redundancia dolosa) por parte de sus mandamases; y como todo tiene un límite,
no hay que descartar que la presión de la olla termine produciendo alguna consecuencia
espectacular, algún dos de mayo de consumo interno.
Quienes
nos están desgobernando son un ejemplo redomado de lo peor. Lo cual sirve de
excusa para que el personal tampoco se comporte en las calles, como hemos
visto, además del carácter apasionado por la fiesta y la impaciencia de los
bríos de las naturalezas jóvenes y no tanto, engañados con impune desfachatez,
con grotesco recochineo, con el reguero de normas y ordenanzas contradictorias,
abusivas y confusas cuya estupidez y torpeza (frecuentes) no tienen pase.
Habrá
que plantearse cuanto antes una drástica corrección de este rumbo errático, deplorable,
que con dificultad se explicaría sin la inercia cobarde que, como una vacuna
perversa, hemos consentido que llueva sobre nosotros.
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