Como nuestra sociedad está por lo común irritada contra casi todo y bastante surtida de niñatos y no tanto que con ignorancia y prepotencia intentan hacer la digestión tardía de las utopías rebeldes pacifistas/hippies/folkloristas, a base de ruido y "okupaciones" y acampadas, generalmente caóticas y verbeneras, cuesta imaginar que el cine español lograra un film como "La última bandera".
Y no es que no tengamos por aquí banderas de sobra, casi en cada barrio, todas en considerable disputa y quítate tú "pa" ponerme yo. Pero de lo que escaseamos es de respeto y coherencia, en tanto que andamos desbordados de burlas y mal rollo contra conceptos (no me refiero ahora a los símbolos, que también) que por su nobleza deberían ser intocables.
Los personajes de la "peli" de hoy, entre recuerdos legítimos, lazos de duras experiencias compartidas y arrepentimientos de las cosas que cualquiera de nosotros ya lleva a cuestas, viven incluso con dejos de humor un asunto grave, con numerosos y hermosos matices que van desde la elegancia funeraria del ataúd (¿es de reglamento?) a la mentira piadosa que plancha una muy turbia anécdota, no tanto para salvar la cara propia como para evitar el dolor anexo a una verdad, tan cruel a menudo, tantas veces innecesaria.
Hay nostalgia de la buena y sentimientos que seguramente no calarán en el correoso ánimo de los inquietos iconoclastas; de toda esa "izquierda" hipocritona anti-guerra (cuando la hacen los yanquis: se ve que la memoria sectaria omite a Lenin, Stalin y toda esa ralea, con sus correspondientes salvajadas) y antimilitarista a la que la va viniendo cojonudo que el cuartel sea eludible, la Patria -- no importa que la infecten los políticos --, una entelequia para echar pestes, y la vida real, un camino del que más vale huir con cobardes desplantes de bocazas.
La guerra, no se discute, todo lo pudre. Pero si no se nos puede exigir la condición de héroes, tampoco convendrá quedar como unos saltimbanquis de vitola despreciable.
Cuando empezó a sonar, a los créditos del reparto, la canción, que presentí, de Dylan, redondo broche final, el estremecimiento y la decencia predominante que transmiten "La última bandera" y dicha canción, me hicieron quedarme mientras encendían las luces de la sala de proyección que, en la matinal a solas, iban desvaneciendo el recogimiento.
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