En verdad que no era un impulso que pudiese llamarse nuevo. Pero esta vez, la repentina inspiración incorporaba un cálido y dulce matiz a la decisión.
El gesto sí fue el de otras ocasiones: la tomó de la mano y le dijo
-- Ven conmigo.
La intuición clásica y la mirada directa que le lanzaron los ojos de ella, con un principio ya de complacida risa, no dejaban en el aire ninguna duda.
Así que se quitaron a medias la ropa y procedieron a un estrenado amor de chaise-longue. Y el día prosiguió, luminoso, a pesar del aguacero de esa tarde, camino de las compras.
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