Si los gestores del último film sobre Pablo Escobar pretenden estrenarlo en Colombia sin haber tenido la prudencia de eliminar todo ese sonido de "español peninsular" que inunda y lastra esta versión, la rechifla escandalizada y estruendosa del público paisa allá (y del cachaco y del costeño, etc.) resonará en el ámbito entero de las salas de cine de Hispanoamérica.
Y no disminuye ese ridículo el empeño de incluir giros y términos de color local que subrayan una artificialidad capaz de hundir toda la producción.
Por lo demás, el figurón del narcotraficante ya va estando manoseado y sus burdas pretensiones de bandolero justiciero, pasado el tiempo, a poca gente seducen con la impresentable admiración hacia el verdugo zafio y brutal que debió ser, por muchas voluntades que comprasen sus infames manejos y sus asesinatos, sus demagogias populistas y su retórica de compadrito.
Lo grave del asunto es el daño astronómico que el poder omnímodo de drogas+dinero hizo y sigue haciendo, y que entonces invadió sin límites los circuitos más fundamentales de una nación en la que parecía que todos debían favores a su más notorio delincuente.
Penélope da el tipo de acicalamiento afectado y vanidoso, prepotente y finalmente "florero" en peligro, propio de aquellas movidas y latitudes. Javier, con su barriga desatada y su ya contable especialización en maleantes y gentuza siniestra, también funciona si le restamos las "ces", las "zetas", el "vosotros" y todo lo demás.
No hay comentarios:
Publicar un comentario