Un cielo azul, inmaculado, límpido, aunque un frío
cortante, inusual en Cádiz.
Problemas por delante. Estructuras que habrá que
reformar.
La implacable reflexión sobre el paso del tiempo, sobre
la inexorable aproximación (lenta o rauda que sea) al “telón rápido” del final.
Mientras que insisten, cansinos, recalcitrantes, ternes,
los flecos de la crisis de salud que comenzó antes de Nochebuena.
El Hipocampo ayer se impuso y trasladó su tambaleante
ánimo, para pasar el día, a Granada, que es ciudad más hermosa que nunca, desde
que Irene viene eligiéndola como sede de sus fantásticas vicisitudes.
Me reconforta que, de manera espontánea (y aunque señale
mi caudalosa verborrea), solicite otro abrazo más de despedida. En la forma
difícil, con rémoras aún, con la que vive nuestra discontinua cercanía, siento
que NOS quiere. NOS somos el Hipocampo, papá oso, el errante buscador del
tesoro perfecto y acaso inexistente, el “iluso del arte”, etiqueta que nos
achacarán, con la que nos descalificarán los demás, los que, desde luego, jamás
“se enteran”.
Hoy no veo que el horizonte consienta otra salida que
media botella de Canasta Cream y una bandeja de ibérico de bellota (ya sabéis el
que digo, el de las vetas, las salpicadas motitas de grasa blanca), mientras se
acerca la hora del almuerzo y Dios reparte suerte y con infinita paciencia se
apiada de nosotros.
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