A vuestra zafiedad, a vuestra “alma de cántaro y corazón
de alcornoque”, que en el Pedroso decía hace mil años don Ubaldo, tuvo que
acostumbrarse, aunque a la fuerza, aquel diapasón de tono fino, aquel cristal
tallado.
A que las armonías más ricas del sentimiento habrían de
ser desoladamente imposibles de compartir en serio con los meros espejismos que,
a la postre, apenas habíais sido.
A que vuestra inteligencia, a que vuestra sensibilidad,
las cuales siempre quiso suponer mayores, habrían de fallarle en los más
delicados o comprometidos instantes de aquel itinerario sideral, mágico.
Vosotras..., ¿en algún momento seguisteis de verdad a las
estrellas, fuisteis capaces de soltar lastre, volar como libélulas, flotar como
irisadas medusas (pero sin veneno) en la amplia danza, en la tornasolada espuma
de los mares?
Septiembre de 2004.
No hay comentarios:
Publicar un comentario