Cuando compongo música, cuando escribo, hay un
pensamiento que me visita con cierta frecuencia: el de que estoy añadiendo al
universo elementos nuevos o quizá repeticiones de pasos que otros anduvieron
antes, porque, de algún modo, las notas y las palabras son capaces de innumerables
pero seguramente no infinitas
combinaciones.
La sensación levemente vertiginosa, algo responsable de
estar aumentando el caos o, como poco, contribuyendo a la proliferación del
bosque, me produce alguna inquietud. Un mensaje en una botella, llegue o no a
su destino, no deja de ser otra cosa más que las olas del mar llevan y traen. Y
ya hay demasiadas cosas en el mar; ya hay demasiados sonidos en el aire...
Pero ¿quién me asegura que debería abstenerme de mi
laboriosa, solitaria, en ocasiones secreta y, desde luego, modesta
participación en el jaleo, cuando millones de ociosos cruzan – y contaminan –
el espacio con los, a menudo, estériles, banales y antiortográficos mensajes de
sus teléfonos móviles?
¿Cómo “te se” queda el cuerpo?
¿De jota?
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
ResponderEliminarPues, yo, respondiendo a tu pregunta, desde mi más humilde y lejano, ¿Copenhague está suficientemente lejos de Cádiz?, punto de vista, puedo asegurar que NO debes abstenerte
ResponderEliminarPues algunos seguimos (amablemente) exigiendo tu participación en el meollo. Somos pocos los beneficiarios, aunque al menos, escogidos a lazo que es lo que importa ¿o no?
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