Repetidamente, cruzan despacio la pequeña plaza, arriba y
abajo, los escalones que ya parecen conocerles los pies, ojeando con aprobación
el emplazamiento sosegado del navío de sombras y brillos, frente a esa fachada
coronada por partida triple.
El pueblo muestra un aire, una apariencia medieval, muy
marcado por la piedra, el hierro, la serenidad de su silencio, la tranquilidad
de sus calles casi vacías.
A las horas convenidas, los toques de campana llamando a
la oración, resuenan hasta en los lejos de montes y cipreses. Convocando al
reiterado, recóndito rito.
¿Habrá algún habitante detrás de una ventana observadora?
De ese aspecto doble y foráneo, ¿podrá colegirse intención conspiradora,
maniobra inquietante? Desde luego, no es una expedición de alienígenas, para
nada (bis, bis).
Discretamente, a la hora de recogerse, sidra y galletas,
mucha risa surrealista, conversación interminable, confidencias; intentos con
poco éxito de que nadie vaya a pensar que son los golfos de la habitación 7
quienes, aun impresionados por el experimento, no dejarán de renovar besos y
caricias de eso que llaman, para restar dramatismo, sus amoríos.
Hermosa, diferente y felíz manera de celebrar el cumpleaños. Este que contiene el número que menos te gusta, por partida doble, pero a cambio, te ha traído felicidad también por partida doble.
ResponderEliminarLa habitación 7
y las tres coronas,
para siempre unidas
a la Reinona.
TQ.