Si se añade, y repitiendo, una cifra, queda como uno de
los símbolos del diablo (eso dicen).
Si se deja tal cual, todavía es la carretera famosa,
legendaria, que los más devotos del culturalismo toman como referente de
ciertas canciones del rock, de las transhumancias hippies, moteras, aventureras,
con las que se ha poblado (o procurado poblar) una estética, una mitología, una
parte quizá decorativa pero influyente de la realidad del pasado, y ya añorado
por muchos, siglo XX.
Para mí tiene un doble peso con algo de plomo. Un abusar
(dos tazas de caldo) del número que menos me gusta. Y aun así, este año dicen
los vaticinios que cuando el sol se ponga enfrente de esta casa del mar, yo,
que no estoy muy acostumbrado a que me quieran (¿qué habrás hecho para conseguirlo?), tendré motivos para pensar
que quizá sí, que, erizo y todo, sí, que milagrosamente “de vez en cuando la
vida” me concede una tregua tierna.
Un compás (incluso de amalgama) para que me crea que
también, siquiera de modo transitorio, pertenezco a la incomprensible y desconcertante
especie humana.
Me omito unos días. Calculo que mi próximo mensaje en la
botella será el 17 o el 18 de este noviembre. Os echaré de menos, misteriosos
destinatarios.
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