Vagando
en un desolado desierto de abandono e incomprensión, sometidos a un desdén
lacerante que casi nos reduce a ilusa casta de parias, nos agota el fracaso
sistemático de cuantas gestiones emprendemos, que pudieran mitigar esta
frustración permanente.
Los
ínclitos fabricantes, los sátrapas del diseño y demás cómplices dolosos de esa
cicatería, han resuelto desde hace ya demasiados años que el cuello universal
de las camisas, con menudas oscilaciones, sea breve, ridículo, aventado al
vacío metafísico (como para políticos al uso) con unas dimensiones infantiles
que pretenden implantar, ínfulas de moda única, esa infame, alienadora e
impuesta estética de mediocres usurpadores.
El
nudo de la corbata (esa prenda emblemática, crucial para la coquetería
masculina) queda así obligatoriamente expuesto a una intemperie
descorazonadora, a un vértigo injusto que lo condena a no sentirse enmarcado
como debiera, a naufragar en una orfandad lamentable.
Lejos
en el tiempo permanecen, y olvidados con insolente desprecio, los cuellos de
pala larga y ángulo agudo que arropaban con elegancia natural la corbata
varonil.
Incluso
los falaces “camiseros a medida” del ramo, que todavía se autoproclaman tales,
carecen de los cumplidos moldes para el cuello que los haría dignos de nuestra
consideración, y solapadamente aspiran a darnos sucedáneos incompetentes,
parcos y lacónicos gatos por liebre que no convencen a los más románticos caballeros
supervivientes.
Y
no cuela.
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