Cómo
serán de indiscutibles los méritos que respaldan a Vargas Llosa como escritor
excelente, que los franceses, gente gloriosa y notoriamente muy suya, lo han distinguido
con un ingreso de categoría en su Academia, institución de renombre, prestigio
y olímpica (del Olimpo, no de las “villas” deportivas, mocitos) raigambre.
Según
qué sector de público, más interesado en el terrorismo y los temas de divulgación
científica que constituyen el corpus
de la “prensa rosa”, a este señor se le conoce sobre todo por su último y ya
cancelado devaneo con famosísima y postinera, paradojal momia viviente, y no
tanto o casi nada por la literatura, de la cual es fecundo y cardinal artífice.
Las
comadres (no necesariamente de Windsor, aunque también) le achacarán con
resabios represores su leyenda y andadura amorosa, tachándolo con frivolidad de
mariposón a sus horas; peculiaridad de carácter que no poco habrá colaborado
con su fluida imaginación en el comercio con las musas y sus regaladas
convocatorias.
Por
otra parte, los carcomas del rojerío no le perdonan su actitud y su conducta de
conservador/liberal. La envidia, se sabe, sufre lo indecible ante quienes no
ocultan su independencia de criterios.
“Pasando”
de todo eso, con inteligencia y arte, ahí está D. Mario, mientras elabora el
magisterio de la resplandeciente Lengua Española.
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