(Le
dicen móvil; pero lo movemos nosotros.)
Difundido
como un artículo de fundamental utilidad, y extendido con rapidez, implantado
como uno de primera necesidad, ya es indispensable y no concebiríamos un mundo
sin él.
Y
con lo que tiene de novelería y moda, era seguro el extremo vicioso al que
llegaría su uso, su abuso, sobre todo entre los jóvenes -y los niños ya- que,
naturalmente y por inmaduros, son un campo abonado para el encandilamiento y la
manipulación: ya tiene carácter perverso de droga y frívolos ribetes de “status”.
Como
invento para la uniformidad y el sometimiento del rebaño; como cómplice de ese
¿futuro mejor? que nos quieren vender; como virus para fomentar un exceso de
comunicación artificial y distanciadora, unos hábitos de vulgaridad compartida,
a base de mensajes tecleados (que usurpan la función de la voz humana, su
espontaneidad y riqueza de expresión y matices), el “juguetito” ha resultado un
acierto y una herramienta implacable.
Un
senderito facilón y tentador para acceder a formas del aislamiento y la soledad
que no teníamos.
¿De
eso se trataba, eh?
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