Mira
que no hay mayor certidumbre y sin embargo un resorte interior nos empeña en
una imposible e incrédula rebeldía. Cómo iba a ser…!
Y
raro será que alguno de tus enemigos (que seguramente no te libraste de
tenerlos) saque a pasear su miseria para denostarte o, al menos, intentar
devaluar el mirto y el laurel que te corresponden. En vano, porque nuestra admiración y
los aplausos que sin discusión se te deben borrarían esa mezquina
insignificancia.
Tan
sabio como prestidigitador, la estela y el magisterio de tu paso dejan
hondísima huella y grande ejemplo; tanto más irrepetibles, cuanto padecemos
estos años de decadencia que el periodismo y el espectáculo, la comunicación y
la palabra sufren de manera estremecedora. Lo de hoy es impotente y estéril
para hacerte sitio: tu sitio. Lo de hoy es esa generalizada incuria, esa
ignorancia ufana de su barbarie que más extiende el láudano del olvido.
Dicen que, durante la siesta, entraste al silencio final. Tratándose de ti, hay buena literatura y un destello de patricio andaluz en ese apagón, Jesús.
Se están yendo los mejores. Y no se ve el relevo.
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