Trepaste hasta el sillón presidencial
con tu sonrisa falsa de trilero,
maniobra ladina y fantasmal
sujeta a chantajistas y usureros.
No te importó saber que no podrías
hacerte con el mando y la batuta
como no fuese haciendo zorrerías
y dando la Nación en mercancía
al alcance de cuantas bastardías
propone el ansia de la gente hirsuta.
Ni te importa sentirte acorralado,
impotente, vacío de argumentos:
un payaso casi defenestrado
a pesar de tu cara de cemento.
Y cuando, soñoliento,
aguantas la embestida de Tardá
(con sus rudas y tercas letanías
y sus majaderías),
flotando en tus cobardes fantasías
seguramente piensas "Qué más da,
para los cuatro días
que me quedan de estar en el convento..."
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