El adiós que tu mano
desde el andén me envía,
momentos antes de subir al tren,
no es un gesto lejano
de mera cortesía:
para nada, un adiós de "todo a cien".
Es sólo la cesura
que a estos dos hemistiquios que ahora somos
construyendo nuestras arquitecturas
con insistente aplomo,
nos concede una pausa
en este ir y venir que ya sabemos
de dónde trae causa.
Y el horizonte que mi pensamiento,
mientras regreso solo en el dos plazas,
le formula a este viento
(levante riguroso en las terrazas
valientes sobre el mar),
es que tu nueva vuelta, a no tardar,
será menos escasa.
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