Desde los tiempos en que se dedicaba al entretenimiento de "Crónicas marcianas" (que terminaría agotándose y agotándonos con la rampante reiteración de lo que fueron siendo ordinarieces, hipérboles y chocarrerías) a su más contemporáneo reciclaje como tertuliano presuntamente versado en política, Sardá ha recorrido su camino, repartido entre condición, imagen y medro profesional.
Asíduo, cómo no, de la Sexta, y enhiesto corifeo de ese presentador que manotea y vocifera a lo energúmeno, tanto lo conocemos en su papelón de Pepito Grillo (no exclusivo: más de cuatro se lo disputan) que no sorprende su propuesta de que, al ser el asunto de la Cataluña separatista algo excepcional, se le deba dar trato de excepción, que malsuena a privilegio: Rajoy dice no estar en eso, ni para sentar precedentes indigestísimos y absurdos, ni para contentar a los protagonistas mesiánicos que, precisamente, han originado los abusos "excepcionales" y las actitudes enloquecidas de una "democracia" farsante cuyo protuberante hervor habrá de rebajarse y resolverse con la normalidad de que el trato regional/autonómico (lamentable ya por fallido y por demasiado desigual) se empareje con mejor rumbo y decentes decisiones.
Nada, por cierto, en la línea de los papagayos.
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