Se siente como un hombre primitivo
que, absorto, intenta en vano
penetrar el misterio
interrogando a estrellas y galaxias
a las que pone nombres fantásticos de dioses
paganos y sutiles,
y a quienes eleva las torpes y rituales plegarias inservibles.
Un silencio hondo le responde
para aumentar su fría soledad sobrecogedora,
la dimensión vertiginosa de su ignorancia.
Su miedo.
Las palabras que consideró eternas,
los claros y elegantes silogismos
se han derrumbado
con un estrépito de quebradas ánforas y capiteles.
Ante los escombros, ante el viento
que ha esparcido las hojas, las arenas,
los papeles rotos que por las calles leía Cervantes,
llevado de su afición empedernida,
se yerguen el Leviatán sanguinario de la tecnología
y los arduos laberintos por los que Teseo
se pierde una y otra vez,
hasta que en la encrucijada fatal
lo alcance el Minotauro
como a otro infortunado Fandiño.
La remota y sabia mano de Ariadna/Almendrita,
¿obrará el milagro de
reconducir al comportamiento fiel
a esa ingrata máquina desdeñosa que
(según el Hipocampo)
es conocidamente famosa como "Plegablito"?
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