Úrsula Esdrújula, desde niña dio muestras fehacientes de
un temperamento díscolo. Con los años, prestigiosos doctores le descubrieron
una patología psíquica en la que se manifestaba su doble naturaleza cleptómana
y narcoléptica, que la llevaría a protagonizar asombrosas y celebérrimas anécdotas,
ampliamente difundidas por la periodística frívola de su época en la pequeña
población en la que vivió, en el estado de Oregón, aunque diletantes
investigadores insisten en que era oriunda de una aldea al norte de Idaho.
Se han referido de ella (de Úrsula) su desmedida afición
por los vehículos a motor y, en sus postreros años de existencia, esporádicos
comportamientos de empedernida dipsómana y casi cataléptica (que no
catalítica).
La extravagancia de su aspecto físico, del que circulan
dispares informaciones, y la extraordinaria deriva de su hiperbólica conducta
la han situado como uno de los hitos prominentes de la contemporánea historia
de los Estados Unidos de América.
Analistas desconsiderados han sostenido que fue, otrosí,
catatónica, sin tener en cuenta, con manifiesta imprudencia, los cambiantes y
evanescentes avatares a través de los cuales transita con desasosiego la
doliente especie humana.
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