Ya
me imagino que Jhonny Depp, de cuya retranca y cínico desencanto pocas dudas
debemos albergar, enfrentará la anécdota del vascuence en el protocolo oficial
del festival de San Sebastián con un ánimo parecido al del turista que se
acerca a las reservas indias de USA (que todavía las habrá) y escucha, entre
admirado y alelado, el arcano sonido de todo su folclore, dialectos medio
fósiles en preferente lugar.
Vaya
por delante, en lo que siempre he tenido de perro verde, mi debilidad por las
rarezas, mientras más históricas, heráldicas y simbólicas, mejor; mi
adscripción frecuente a romanticismos y a según qué otras causas más o menos
retóricas y perdidas. Al “sostenella y no enmendalla”, como envite del
trasnocho idealista. Pero no hay nada como una incomunicación, por subtitulada que
sea, para hacernos salir huyendo de una gala en donde los pintoresquismos
numantinos andan empeñados en la cuadratura de círculo que supone la pretendida
proyección internacional y el auto-ombligo del mundo mundial relleno de K y de
Z.
Y
habrá personas que no hayan advertido que estamos en la cosa del siglo XXI,
globalización y moderneces: porque menudo ejemplo, el “blog” de ayer.
Pero
aceptadlo: cuando el idealismo se pringa de separatismo, de “etnias especiales”,
disparatadas y marcianas de vocación, de supuestos clasismos y elitismos, pasa
lo que pasa, que no es eso que dicen de sostener la cultura y la diversidad.
Son otras monsergas de fondo.
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