Cambiar la demagogia y las soflamas
por carteras de sendos ministerios
ni mérito ha tenido ni misterio:
subraya la crudeza del refrán
que dice que "el que no llora, no mama",
común divisa a todo ganapán.
Y sólo los ilusos y los memos
creyeron que jamás se tocarían
los cínicos extremos,
negándose a aceptar la hipocresía
con que el cinismo vuelve a hacer lo mismo:
¿Criticar a "la casta", decir pestes,
con rudos modos, de la monarquía
y luego descolgarse de la hueste
con ejemplar y fresca apostasía?
¿Fingir una epopeya
de valentía revolucionaria,
de incorruptible conducta sin mella,
idealista y universitaria,
y luego, al primer bache,
dolerse, inconsecuente, de un "escrache"?
Para subirse al carro
de las más eminentes fechorías,
¡qué bien viene tener los pies de barro
y una jeta como de antología!
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