Lo que menos conviene, cuando una orquesta se enfrenta a la interpretación de una obra de la máxima dificultad, es que increíblemente surjan músicos cuyo empeño es tocar mal, desafinando, obstinados en un encono y unas discordancias envenenadas que pretenden dar al traste con el tono o altura, intensidad y timbre que son las cualidades del sonido, en los más clásicos y respetables manuales de solfeo: ratas ingratas, dando mordiscos a la partitura.
Que la envidia y la condición bajuna, típicas de la mediocridad, cristalicen en el rencor más impresentable, en los resentimientos y el odio que lastran la conducta, debe ser tema de explicación corriente para los psicólogos; y de torpe e incómoda indigestión para los afectados. Pero no debe permitir la sociedad, de suyo muy surtida de problemas, que gentuza miserable incorpore su infinito mal rollo y sus virus personales al que, por ejemplo, ahora nos zarandea.
Sufrimos un considerable número de canallas, infiltrados en la dirección del país. Para nuestra salud (de todo tipo), será necesario y más bien urgente impedir y sancionar sus torcidos tejemanejes.
A los oblicuos melindrosos del "ahora no toca", ¿les parecerá oportuno, otro día, pasarse al "pa luego, es tarde"?
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