El Nuncio banderillero

La entusiasta premura con la que han echado las patas por alto los "fans" de la abuelita izquierdosa (contrariados por la decisión, y eso que es meramente provisional, del nuevo ayuntamiento madrileño respecto al tráfico por el centro de la capital) es la típica muestra de su tradicional comportamiento: cuando pierden, enseguida sucumben a la tentación de romper la baraja.

Así que salen a la calle a estorbar y a sabotear cada cosa que no sopla a su favor, malllamando democracia a los resabios vulgares de la demagogia.

Muy desenvuelta para implantar sus propias medidas --cuyo acierto y oportunidad eran, por lo menos, discutibles--, la ex-alcaldesa dispuso lo que le pareció y los ciudadanos acataron, de grado o por fuerza: una capital "idílica", con angélicos carnavales multicolores, que curiosamente podría terminar asomando con escaso disimulo la patita de los ribetes de exclusiva y excluyente finca/urbanización de propietarios, con playa e instalaciones privadas y que no entre nadie más.

Y al plan, cómo no, ayudaron los medios de comunicación y confusión afines, con sus tergiversaciones y manipulaciones incansables, con su champú ideológico, ideal para el lavado de cerebro, que le deja a Ud. el cabello como nunca.

Con la contaminación y el tráfico, algo hay que hacer; pero qué y cómo.

Y por tirones y empujones así, por el ascua a la sardina de unos más que otros, es por lo que el Nuncio, palatino y sugerente, nos ha dicho antes de marcharse que con el Caudillo, como en los toros, hay división de opiniones, palmas y pitos, exactamente todo un ruedo ibérico, en el cual a la Calvo banderilleada le volvemos a notar el pelo de su dehesa. ¡Qué primor!