La deleznable querencia de la televisión por las novelerías, por, naturalmente, el "espectáculo" de masas, ha publicitado con la máxima profusión a los personajes de esa política que se podría llamar emergente, hasta un punto que, de forma rápida, llega a empacharnos. Y de lo que salga, será más que responsable.
No es único el fenómeno, en unas emisoras que han hecho de lo trivial y de lo frívolo el pan nuestro de cada día y que a todo lo han bañado en el despropósito de un mismo barniz consumista y estúpido.
El cine, la literatura, la música (en forma especialmente relevante) han sido prostituidos de manera innegable al no recomendarse, salvo en rara ocasión, la calidad. Los ejemplos están ahí para quien quiera verlos.
Pero con la política nos jugamos algo serio y peligroso. Y cuando el guasa oportunista de Évole se pone "importante" y convoca otra vez al enfrentamiento (ahora agrio) de los dos figuras, que ya no paran de interrumpirse, es todo menos escrupuloso y abunda en las mañas que aquí se señalan.
Aunque "nunca segundas partes fueron buenas" y el público (la sagrada y sonsacada audiencia) del numerito repetido haya mermado, dicen, de modo escandaloso.
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