Suele decirse, seguramente porque es cierto, que "el hábito no hace al monje". Y con las mismas, podríamos añadir que tampoco lo "deshace".
Desacreditada la función política en nuestras (y otras) latitudes por mor de los manejos que en ella llevan a cabo tantos pícaros y sinvergüenzas, también se ha dado en el capricho izquierdoso y republicanote de asociar malévolamente el uso de la corbata con un entendimiento "capitalista" y por tanto "perverso y diabólico" del mundo, que induce incluso a los dirigentes de los partidos políticos conservadores a aparecer en público descamisados como si ello los vacunase contra el antedicho descrédito.
Paralelamente se extiende como una plaga la "tendencia" a ir vestidos y peinados o greñudos "como por la calle", que eso se pretende que sea más social-representativo y democrático, confiriéndole a las instituciones un aire cuya dignidad podría tal vez apuntalarse mínimamente y mejor (que sí, que en lo accesorio) con lo que no tendría porqué dejar de llamarse "guardar las formas".
El Hipocampo, desde muy atrás, no fue casi nunca sospechoso de conformismo, dada su extraña morfología y peculiar comportamiento. A lo mejor por eso, no ve tan mal que se procure, también desde algo tan relativo como el aspecto, que nuestros "representantes" se comporten como aquello a lo que teóricamente la función y el sueldo parece instarles, "digan lo que digan los demás", que es lo que Raphael "dixit".
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