Claro que en ese trance no tuve, como Julio, quien me pusiera la convencional salvaguarda entre los dientes.
Ahora hago pruebas para ver si me responden las manos que trazan las líneas del borrador para este "blog". Y no del todo.
Debí ser prudente; no creer que esta otra vocación me concedería una suerte de invulnerabilidad y que -- cuán largo me lo fiáis -- todavía estaba lejano el plazo en que la realidad iba a imponerse, no tanto con los años como de improviso.
Ensartado por la vía (dolorosa vía: como para una flebitis que ha tardado en remitir), sueros van y sueros vienen, tomas de temperatura y de tensión a toda hora, inyecciones de contraste para las pruebas, resonancias, electros, etc. Y una peregrinación por los centros médicos de Cádiz, escoltado por mi samaritana, como la llama Nono, que ni de lejos se merece un susto así, y que no tiene costumbre de esas autovías V y IV, y menos, de madrugada.
En el taller la cosa no anduvo mucho mejor. Me vino a la cabeza la palabra "tapia", que descarté pronto, como si correspondiese ya al camposanto. Así que "valla", mejor "valla". Como desde una valla, como desde un filtro de pasmo, hablé con el mecánico. El seguro. Está por ver cómo quedará todo.
Extraño no saber cuánto tiempo duró la inconsciencia; extraño que el arrepentimiento me haya hecho recordar a mi madre, pensar qué habría dicho, sentido ella.
Extraña la certidumbre de lo que será un paraíso perdido.
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