Con
la determinación pintada en el rostro, pertrechada con el maletín y las cajas
(latón polícromo en relieve, mantecados y otras delicias de “La Despensa de
Palacio”) que contienen el creciente surtido doméstico de las herramientas,
Lady Taladro emprende, en estos días de reformas y así, la ejecución rigurosa
de orificios que van a albergar el repertorio de pequeñas piezas (tacos,
escarpias o alcayatas, cáncamos, hembrillas, tornillos, aunque es posible que
mi ignorancia mezcle redundante sinónimos castellanos y andaluces, etc.) para
sujetar y/o suspender una variada colección de cuadros, lámparas, perchas y
similares que regresan a o inauguran puntos de colocación por la casa.
Mide
distancias y tamaños con insistente fe en la teórica perfección de paredes y
suelos. Cuando mi proverbial escepticismo (mi desconfianza general en el
comportamiento de la especie humana) le sugiere el clásico desdén que, en la
construcción previa, operarios de toda laya conceden a la horizontalidad y a la
simetría, apenas deja entrever la duda y prosigue con resultados que suelen ser
positivos.
Entonces
admiro el porcentaje de éxitos con que los Hados premian su laboriosidad, como
solazándose en desautorizar mis frecuentes zozobras, la inseguridad que en
tales trances se enseñorea de mi ánimo y lo cubre de sombras.
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