Quienes de manera gentil y enternecedora conceden unos gramos de su atención a las aguas de este Hipocampo, ya saben que la frecuente asistencia al cine le da pie a comentarios que más pretenden la subjetividad que el diagnóstico "profesional" y exigente con el que la epidemia de críticos (enfermos de protagonismo caprichoso, toreros desde la barrera) disecciona y momifica las "pelis" y reparte ditirambos o envenenados desdenes.
Otra cosa va siendo la dificultad que a tal querencia opone una cartelera decadente y lánguida, con profusión de ofertas infantiles/infantiloides, falsas comedias chocarreras, horror y asco porque sí, bobadas de perritos, como en la tele, empalagos a lo Julia Roberts y pocas ocasiones para la inteligencia y la sensibilidad. Somos conscientes de que "vivir en provincias" comporta cierta escasez; pero tal como se van erizando las espinosas alambradas que Carmena siembra para impedir los accesos a la capital del Reino, tampoco sería moro todo lo que reluciese.
Conque, de vez en cuando, bajamos la guardia y nos exponemos al pasmo de cosas filmadas, y a delirantes hipérboles como "Mortal engines", de ardua traducción, y sus adorables e imposibles supuestos, sus maquinarias XXXXXXXL, y todo por ese orden.
¿Podría un Miguel de Cervantes contemporáneo combatir con el descrédito de una eficaz y hermosa parodia el presente exceso de los orates del cine, tan huérfanos y no herederos de ese penúltimo emperador, Bertolucci y su arte memorable?
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