Se despertó temprano y estaba ahí, enfrente, iluminando con su magia esa anchura del mar, rizada plata.
El desvelado reanudó la lectura de Foxá y luego, sobre las siete y media, cuando apagaron la eléctrica comparsa artificial de las farolas, ella había cambiado ya de color y era la redonda y perfecta medalla de marfil encendido que iba cayendo camuflada por las plantas del jardín, hasta perderse por el horizonte en un pálido resto de luz que se disuelve en las aguas ya verdes y volverá mañana, si Dios quiere.
¡Qué hermosura de luna, ahora por septiembre!
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