Cediendo a una de tantas intoxicaciones ideológicas, hemos llegado en estos años al destierro de las corbatas.
Seguramente todavía quedan en el desolado solar patrio, gentes de bien que recuerdan los tiempos en los que a los sufridos varones se nos concedía la posibilidad de vestir esa prenda que era de libre elección y que dejaba un margen a la fantasía personal, a la pequeña creatividad masculina, por más que las silenciosas mayorías optasen por corbatas de marcada discreción, que otros calificaríamos de adocenadas, aburridas y rutinarias: pero algo era.
Luego, cuando los rebeldes y los "oprimidos de la Tierra" decretaron que el adorno de referencia era un símbolo detestable y conservador a más no poder, propio de la "explotadora clase dominante", las corbatas han sido proscritas con sañuda vehemencia, y raro es el que se atreve a usarlas, no sea que lo llamen FACHA los vociferantes talibanes de la descalificación, con su talante ignorante y represor a cuestas.
De modo que, fuera de los del atuendo deportivo, del excéntrico y carnavalesco de las diversas tribus urbanas, o del de los tardohippies con su ensoñadora psicodelia, quedan los descamisados, ufanos unos de su rojerío; otros, los del complejo, acobardados en sus clandestinas madrigueras, o casi catecúmenos sobrevenidos y neoconversos de taberna/"tablao" castizo, trasnochón y populachero, que no se diga que no saben estar en el "desgarro" y la conciencia de la clase obrera.
O sea, te lo juro por Zapeando, un postizo y no digerido corte de mangas a la que fue disculpable y decorosa vanidad y ahora se queda en residual y, dentro del contexto, arriesgada señal de mínima independencia.
La corbata nunca ha sido prenda de mi devoción.
ResponderEliminarSin embargo, reconozco que la corbata a la moda del XIX me encanta