Leyenda o historia verídica que sea, se cuenta cómo, cuando después de una espléndida y quizá agotadora fiesta, Malik Tamur (rey de lo que en cierta época fue el Jerez de la España musulmana) se fue a dormir, su mujer, la reina Sulayma, ya a solas, se entregó a Al-Mutamid quien, a la sazón, reinaba en la simultánea Sevilla.
Al amanecer, tras unos amores que bien podemos imaginar tan inspirados como fogosos, la reina regaló a su amante un precioso anillo de pedrería costosísima y de diseño (que decimos ahora) extraordinario y depurado, como muestra de una gratitud que, a los ojos de su conquistador, más que satisfecho, nunca habría sido necesaria.
Porque ¿qué otro premio, qué dicha mejor que las caricias y la entrega de la mujer con la que soñamos, y que es el motivo de nuestro deseo y nuestra adoración?
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