Era de familia acomodada, de un pueblo en la sierra sevillana. ¿Cuánto hará de eso?
El caso es que sucumbió a los encantos parleros y al atractivo de un hombre que le llevaba cierta edad pero con el que hacían muy buena pareja, que ella era mujerona de buen ver, sentido del humor y risa franca.
Cuando se encartaba, se ponía al piano, y sabía interpretar los más vistosos tangos con energía y cierta aceptable digitación.
Hubo de todo, días buenos, días malos, altibajos, claro. ¡En qué vida no los habrá! Anécdotas para contar, cosas para recordar: su maestría para cocinar las migas; su miedo a las tormentas, esas que en esta época se desatan por Madrid, donde las vivió, y donde yo la vi, de visita en nuestra casa, por última vez.
Esas tormentas me hacen recordarla hoy. Cuando pasa, ¿el pasado va ganando peso?
Para nosotros, sobrinos suyos, fue la tía Jesusa.
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