Ni la verdad de aquella catástrofe, nada lejana en el tiempo, que las huestes canallas del mundo financiero provocaron a escala global, aprovechando una perversa suma de codicia, temeridades e ignorancias, repartidas entre tiburones, inversores y público corriente.
Eso describe, con una mezcla de vértigo y ansia, "La gran estafa". Ahí asoman los nombres que se hicieron célebres con los sucesos y titulares que asustaron a las gentes, los gigantescos embusteros que callaron el desastre, que se demoraron en tirar de la manta para dar tiempo de poner a salvo las escandalosas cifras de sus expolios y trapisondas peligrosísimas. Por más que algunos fueran a la cárcel luego y todo lo cual no sirvió para evitar la ruina de millones de personas que fueron toreadas a base de conceptos y palabrería técnica y maliciosamente abstrusa y, sobre todo, de unas infames intenciones que despreciaron las terribles consecuencias de aquel monumental asalto, en cuya factura galáctica pringamos, cuándo no, todos.
Y al final, no es imposible que, torpes y no escarmentados, el fenómeno se repita más adelante, quizá a no mucho tardar, si observamos las convulsiones crecientes que pululan en esta selva que sigue siendo nuestro día de hoy.
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