sábado, 22 de marzo de 2025

Anchuroso y múltiple

 

es este mundo y vana presunción fuera creer que podemos conocerlo más allá de muy pequeños límites, de señales que, de repente y con calidad aleatoria, internete -y aquí, de algo tenía que servir- nos arrima.

Fácil cosa que esa lateral coincidencia, que algo tocayos nos hace, iba a llamar mi atención, por dispersa que ésta sea. Ahora me pregunto qué ancestros de navegante o colonizador aventurero andan enredando por las ramas remotas de su árbol familiar.

La cosa es que esta Olivia Rodrigo, cuyo muy salpicado recorrido glosa de modo abundante la Wikipedia esa de nuestros pecados, con el lenguaje, las maneras y la mirada de su generación, se abre paso (y yo sin saberlo) en la jungla de la música, de las canciones que (en su caso y tras una aproximación provisional y claro es que tardía por mi parte) van tratando especialmente del dolor que a su sensibilidad de chica joven aporta una nómina de novios que no le salieron buenos. Y como la compositora es naturalmente subjetiva, seamos cautelosos en el reparto de las responsabilidades: queremos creer en las palabras que Olivia escribe, y bien por cierto, desde su sentimiento; también reconforta observar que de vez en cuando su rebeldía y su vitalidad consiguen salir a flote, reaccionar contra la adversidad. Todo el panorama, pues, propio de las cosas de su edad, “ganges del oficio” fíjate, Olivia, y que hay que contar con que el amor es a menudo espejo de dos caras, arma afiladísima de la que todos acusamos una, y aun varias, dentelladas.

-Cambios y sorpresas, tiempos diferentes, otro mundo…

-Algo sí, ya lo veo; y que se puede escribir lejos de la basura rapera, como hace la tocaya.                            

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