Claro que
este segundo mandato de Trump (inocultablemente respaldado por la mayoría que
le concierne a USA) iba a levantar general erisipela entre nuestros “inteligentísimos
oráculos” de los medios de difusión/confusión.
Reacción
comprensible con tanta progresía de ficción que los aqueja. Así que el de nuevo
presidente Donald, con su firma enhiesta, de grandes trazos y enérgico
rotulador en los decretos y sus bailecitos ridículos da pie a encendida mofa y
espolea a sus detractores.
Que sin
descanso lo ponen a parir porque, dicen, quiere cambiarnos el marco (al que nos
amoldaron estas décadas) y lo llaman radical ultra y peligroso, que pretende
dirigir su país como una empresa en vez del estilo europeo con el que el
buenismo de los hipócritas alega causas de humanitaria solidaridad, para freír
al personal a impuestos cuyo monto dicen utilizar luego en necesidades sociales
(aunque con demasiada frecuencia también se despilfarra mucho en caprichosas
chaladuras de camuflados intereses) y una especie de falsa jauja para todos que
no hay ensoñación que la haga posible, real o coherente.
Y puede que
un país no sea exactamente una empresa, pero muchas de las normas de una buena y
viable empresa deberían sin regateo aplicarse a los países; que igual el
resultado era mucho mejor que lo que se nos viene predicando e imponiendo.
Adriano Celentano
cantaba “chi non lavora, non fa l’amore”
cosa que su mujer -en la canción- le había advertido. Sirve de metáfora.
Padecemos tiempos
de mentiras, de mantras en los que se insiste para ahormar al rebaño. Y ya se verá si este incipiente
resurgir de lo que siempre fue el “sentido común” conduce, en algún plazo, a la
rebaja del parasitismo y de las tomaduras de pelo.
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