Porque ese
magno estadio del Real Madrid va programando a destajo actividades de
espectáculos XXXL, más o menos musicales o presuntos, y la invasión multitudinaria
y desenfrenada de los espectadores afines, que suele decirse “fans”, origina múltiples trastornos
durante horas y aun días previos y posteriores al evento de turno. Y el
estruendo correspondiente, el atronador volumen, el ruidísimo que caracteriza
esas cosas.
Claro que los
quejosos suelen ser residentes del barrio, que ya se sabe que son como de
derechas y cuya hipófisis no ha asimilado del todo democráticamente las “vanguardistas
corrientes” del “arte contemporáneo”, el candor y la delicadeza que, lejos de
toda ordinariez, exhibe la más reciente visitante, joya engarzada (ya desde el
aumentativo de su nombre de guerra) en la hipóstasis y en la alianza de una
vistosa carnalidad y los sones más agrestes, más primitivos y atávicos de esa
cornucopia superpasota que son el reguetón y sus variantes.
El público
que paladeaba a Serrat, estupefacto, no da crédito.
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