Los
manejos mundanos a los que, de manera cotidiana e impía, somos sometidos por
los poderes fácticos, ocultos o descarados que sean, estimulan nuestra curiosa
suspicacia para las comprobaciones. Y los asombros.
Doce
años cumplidos hará que mi Dr. Clavo comenzó a recetarle a mi hipertensión
consuetudinaria un fármaco, de nombre Atacand. Escrupulosamente pagué su coste
y he venido consumiéndolo con dócil y continuada disciplina. Hasta que ahora,
que por primera vez me “ampara” la Sanidad Pública según reza mi tarjeta
recientemente concedida, tengo la opción del “genérico”.
Entre
sol y nubes, unos minutos de esta mañana ociosa hemos destinado Maritere y yo
al examen comparativo de los respectivos prospectos, que han resultado
coincidentes en casi todos sus términos, originando en nuestro ánimo cierto
ocasional regocijo.
Por
ejemplo, uno de los ingredientes de la fórmula recibe el nombre incauto y algo
folclórico de Carmelosa de Calcio,
que evoca la imagen y el previsible tronío de una legendaria intérprete de la
canción andaluza, célebre por su insólita estructura ósea y su estilo cantor de
dulces y acarameladas inflexiones, que habrían hecho las delicias de un público
fervoroso. Otrosí, la extraordinaria ortografía del Cilexetilo y de algún que otro estearato
compite de forma ventajista con la más asequible del almidón de maíz (claramente en la línea de Arguiñano) y el macrogol, de honda raigambre
futbolística.
Como
Uds. saben, suele ser recomendación habitual no conducir máquinas ni vehículos,
ni manejar herramientas, aunque la más peligrosa de éstas que hace poco tuve
que usar ha sido un destornillador con el que soltar el mango de una sartén,
para una más concienzuda limpieza, empleo para el que no se detectan contraindicaciones.
Seguiremos
otro día.
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