Mientras
ingenuos y nunca escarmentados ciudadanos hacían cola para apostar a la
Lotería, a sabiendas de que, en su
práctica totalidad, resultarían pobres perdedores, víctimas de sus sueños y su
ambición, por mi parte he destinado estas fechas a los mantecados,
preferentemente de Estepa, a sabiendas
yo mismo de los efectos de redondeo corporal que tales antojos proporcionan.
Y algo de
cine, dentro de lo que hay. La versión reciente de Nosferatu, construida con
belleza siniestra y macabra, en lo visual, y personajes representados con
solvencia, que subrayan sonidos y ruidos restallantes, destinados a nuestro sobresalto
auditivo. La cosa gótica-truculenta, servida de antemano en estos “filmes” de género, brilla por su presencia
y cabe conceder que no defraudará a los aficionados. Voluntario espectador,
salgo de la sala de proyección relativamente conforme.
También
asisto, otros días, a sendas “pelis de romanos”: una, ambientada en la época
imperial, que retoma al Gladiador que con Russell Crowe quedó bastante ejemplar,
y que abunda en el asunto y sus descendientes derivadas. Garantía en la visión
general y los fastos correspondientes que siempre incluye Ridley Scott, se deja
ver con fruición y sin sorpresas, Denzel bien, como siempre.
La otra “de
romanos” (y de otras nacionalidades) refleja un Cónclave, de ahí el título, en
el que los cardenales juegan poderío, influencias y zancadillas con modales no
siempre sosegados, todo por junto. Ambiente de solemnidad y litúrgicas
intrigas, con final algo guiñolesco, de guiño, que la baja de tono. Pero es el
compromisito de los tiempos.
Toco madera, a sabiendas también de que casi nada de
lo pendiente de arreglo lo tendrá.
-Vaya.
-Eso.