Que una cosa
son las buenas intenciones y otra, diferente, el conocimiento.
Así que
cuando ella se resiente porque las contracturas, la escápula, todo ese repertorio
que ocasionalmente puede incluir las cervicales (“verticales” las llaman ambos, en broma y por afán de jugar con las
palabras), etc. dan alguna lata y a él se le ocurre colaborar como aprendiz no
de brujo sino de masajista, siempre lo advierte: que actúa al buen tuntún (que
igual debería escribirse Túm-túm, por más que nada o poco tenga de resonancia a
rito de tribu selvática); que no sabe calcular con precisión las superficies a
tratar ni la intensidad de la presión ejercida; que, en suma, viene siendo un
terapeuta temerario, aunque voluntariosamente esmerado…
Con todo, las
sesiones de estos esporádicos auxilios menores se diría que algo hacen por la
momentánea mejoría; que aun en retirada más o menos honrosa, las manos de quien
fuera músico alguna influencia positiva deben agradecerle a Santa Cecilia,
patrona del gremio. Y, claro, también está (eso, siempre) el cariñísimo.
No faltaría
más.
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