Nueva, de
nuevo, magna convocatoria: una oleada, un enjambre gigantesco y enérgico,
ilusionado de aventura, sugerente de nostalgias de las novelas fantásticas de
caballerías… Por algo (enfundados en características vestes, a lomos de sus
máquinas intrépidas y audaces, coronados del yelmo protector, máxima alusión estética a retóricas bizarrías), aquí
llegan, maduros o alevines, serenos o altivos, implicados todos, concernidos por
la compartida querencia en una casi hermandad de bucaneros, cofradía de raptados
gozosos por una dilecta y absorbente adicción a las carreteras y la velocidad;
o con la ritual parsimonia majestuosa y sobradora de los viejos moteros que tampoco -se diría-, que nunca mueren…
Jerez y el
Puerto, Conil, Chiclana, Barbate, toda la comarca es otra vez la manifestación
brillante, entusiasmada, vital de esa heráldica de motores y gasolina.
Que la
contaminación más grave y más perversa no es precisamente la que el Gran Premio
suponga: son otros, los ladinos, los hipócritas, los solapados, los verdaderos
productores, los malotes que
desencadenan la más grande suciedad. Ya vale de cuentos chinos.
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