Afectada de
manera irremediable por la subjetividad, la tropa de los críticos (esas rémoras
estériles) anduvo, como de costumbre, dividida; como de costumbre también, no
hay que hacerle mayor caso. Lo que sí podía confundir al espectador es el
rosario de nominaciones al OSCAR que ha recibido esta entre “peli” a secas y
documental escaso que han estrenado sobre Bob Dylan.
Y, desde
luego, seguramente no es para tanto. Y vale que uno de los inconvenientes de la
aproximación a las más contundentes y extraordinarias figuras del arte (o del
espectáculo, si se quiere) es que no termina de cuajar el duplicado, la réplica
que se pretende en los automóviles: es misión imposible reflejar del todo a Marilyn
Monroe o, en este caso, al Roberto de nuestros pecados. Por muy buenas
intenciones que llegare a tener el propósito.
Y no es que
sea malo el resultado, ni que carezca de valor y esfuerzo, según dicen, el
cometido del actor protagonista; pero, taciturno y esquivo y rebelde que se
represente, no hay manera de colaborar (que al cine se va a eso) y creérselo por
completo.
Quizá es
verdad que el mozo Dylan dijo (así se cita) que Picasso está sobrevalorado, que
no seré yo quien esté en desacuerdo. Y a este “film”, o lo que sea, le ocurre igual: que deja abierta la puerta a
su propio y elusivo y resignado título.
Pionono agradece el comentario y tiene mucha curiosidad por ver la peli. Ayer, sin ir más lejos, me acompañó muy agradablemente a la hora del Martini el Sr. Zimerman.
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