Casi 20 años
viviendo, durmiendo a tu lado, como quien dice.
Desde aquella
atalaya de metáfora que tuve en la Torre se podían contemplar los avances de la
construcción, “aromados” por la brisa de matadero de Legazpi. Cuando la
terminaron, cuando, al menos, fueron acabando la parte que desde casa yo observaba,
esa M·30 le daba un aire cosmopolita a tu discurso, a tu fluir, tan modesto de
suyo que ya en el Siglo de Oro te había llamado Quevedo “aprendiz de río”, con unas rimas de incorporación condescendiente
y de burlas acaso más tiernas de lo que reflejaban.
Tanto encanto
te veíamos en mis años que hasta te pusieron patos y peces, una vez. Puente de
Praga, otro puente -el de Toledo- y más allá el campo de fútbol del Atleti, con
la fábrica de Mahou y sus fumaradas blancas al lado. Y sí, alguna tormenta, y
de las espectaculares, de las oportunas (que todos los asistentes íbamos a
archivar como un símbolo, para el recuerdo) cayó mientras los Stones hacían de
las suyas, a primeros de los 80.
A esta
crecida que llevas ahora (nadie te vio así entonces) la achacan al cambio
climático, del que vendría a ser una de sus muchas apocalípticas consecuencias;
si es o no otra mentira de las miles que nos largan a diario, quién sabe.
Por ahora,
con un susto, sin llegar a desbordarte, que le des a mi ex -vecindario ya
estará bien. Que con esta edad me queda mejor conservarte, sosegados ambos, en
esta memoria, Manzanares.
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