que, más
familiarmente, no faltará quien los llame “abueletes”, proceden al desayuno de
cada día en el porche acristalado que da al jardín de la casa frente al mar.
Hoy prescindieron
del “turre” de las noticias y a cambio, como suelen, comentaron detalles,
propósitos de ponerse en forma, inspirados como ilusos con algunos tutoriales
del internete. (Cosa de, por ejemplo, fomentar elasticidad en las vértebras,
algún michelín a descartar, remotos sueños de relativa agilidad que los
melindres de los calendarios no necesariamente ponen a un fácil alcance, etc.)
Y ahí,
elaborando los pros y las contras (Cela dixit) de semejantes
iniciativas, los sobrecogió de repente la visión nítida de algo que posado se
había sobre el recientemente inaugurado nuevo toldo. Al menos, se dijeron en
discreto conciliábulo, está -lo que sea- de la parte de afuera.
Fácil optar
porque fuese una procesionaria del pino, peligrosa invasora, indigna siempre de
tiernas e imprudentes confianzas. De inmediato se formuló la conveniencia de
empuñar un palo que, aun sin ser de gran tamaño, pudiese sin menoscabo batear a
la intrusa…
…que resultó
ser una como lombriz de tierra, acreedora de ya muy menor alarma y que fue
sujeto de la expulsión correspondiente, por el método previsto y descrito aquí
en las líneas anteriores.
Del resto de
la situación, apenas restan pormenores tan relevantes como los que dan origen a
esta redacción, ociosa y trivial de suyo.
Vuesas
Mercedes queden con Dios.
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