Cualquiera de
Uds. ya conocerán por experiencia propia y dolorosa el laberinto incomprensible
y deplorable en el que las “maquinitas” de nuestra todopoderosa tecnología
cotidiana nos sumergen “sin arte ni parte por nuestra parte”.
Esto ocurre
porque su alardeada omnisciencia incluye, que sí, que sí, espectaculares
renuncios y patinazos. Y así, un día indeterminado, sin haberse producido
provocación alguna, ese Facebook de
nuestros pecados se niega a funcionar, argumentando que de repente no reunimos
los requisitos requeridos para expresarnos en tan selecto club. A pesar de que
somos el mismo usuario desde nuestro personal debut (año 2013 de nuestra era) y
que sólo los escarmientos del vario desengaño que se derivan del tiempo
transcurrido habrán podido matizarnos en lo esencial. Que de lo accesorio, ya
los calendarios se encargan.
Cuando se
restablezca del todo como aceptable nuestra corporeidad, ahora en entredicho,
seguramente el patio seguirá en creciente manga por hombro; y quién va a
acordarse, imagínense, del Tito Bernie.
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